Románticamente solos
Versos íntimos que convierten la ausencia en compañía
Un libro que no promete curarte: enciende una lámpara
para que atravieses la noche con tus propias manos.
Sobre el libro
Románticamente solos es el lugar donde dejé mis batallas más silenciosas. Escribí cada verso desde la herida y desde la esperanza, para transformar el dolor en algo que pudiera abrazar.
En estas páginas hablo de amores que se pierden, de ausencias que pesan, pero también de la belleza que nace cuando aprendemos a quedarnos con nosotros mismos.
No pretende salvar a nadie, pero quizás, mientras lo leas, sientas que no estás solo. Porque yo también aprendí a sobrevivir… románticamente solo.
Una mirada al interior del libro
Alba
El alba llegó.
Como si supiera que no estabas.
Encendió la ventana.
La luz irrumpió en la habitación.
Y aun así… seguí a oscuras.
La taza sobre la mesa.
El aire quieto.
Tus sombras ausentes
que se deslizan por el suelo.
El alba llegó, insistente.
Y yo, detenido,
observando cómo la claridad invade cada rincón
y no toca lo que dejaste en mí.
Pequeñas certezas
Sé de flores que sí duran toda la vida,
de lugares a los que se llega solo abrazando,
de gente a la que recuerdo a veces,
cuando me doy mis lujos.
Sé lo que es vivir a una canción,
de morirme de amor.
Sé de echar de menos,
de confiar a corazón abierto,
de caminar sin rumbo,
y de tener el alma en silencio.
No sé nada de la vida,
pero sí de vivir:
que es estar donde te quieren.
Sobre el autor
Yorjander Peña Rodríguez (Morón, Ciego de Ávila, 1999) es poeta y narrador cubano. Reside en La Habana, donde ha construido una voz literaria que transita entre lo íntimo y lo existencial, explorando el deseo y el silencio como territorios de resistencia.
Su escritura se mueve entre la confesión y lo colectivo, entre la herida y la cicatriz, con un lenguaje que combina ternura y ferocidad. Ha participado en proyectos literarios en Cuba y ha recibido reconocimientos en certámenes que celebran la diversidad y la libertad de los cuerpos y las identidades.
En su obra se entrelazan la soledad, el amor, la rareza y la memoria como espejos que iluminan una constelación de voces.

Reseña crítica

En Románticamente solos, de Yorjander Peña Rodríguez, se siente de inmediato una intimidad que no se exhibe sino que se habita: la soledad aquí no es grandilocuente sino doméstica, hecha de tazas frías, cepillos de dientes que duermen solos, columpios que oscilan entre el recuerdo y la ausencia; el autor transforma esos objetos cotidianos en órganos del duelo y en mapas que muestran cómo duele y cómo se aprende a vivir con la herida.
La esencia del libro es, por tanto, una ética de la fragilidad —grietas necesarias, raíces que sostienen—: un testimonio en primera persona que interpela a un tú ausente, que canta y que reclama, que alterna la ternura con la ironía tenue y que acepta que la supervivencia emocional no es cierre sino trabajo prolongado.
Estructuralmente respira en tres movimientos claros —I. «Domingo», II. «Casa vacía», III. «Para deshabitar»— flanqueados por prólogo y epílogo; ese diseño no es sólo división temática sino trayecto terapéutico: del golpe y la noche hacia el reconocimiento y finalmente la posibilidad de partir o enraizar.
Estilísticamente el poemario apuesta por la sencillez musical —versos libres, repeticiones, anáforas— que dialogan con la oralidad del bolero sugerido en el prólogo; el lenguaje es cercano, coloquial y a la vez simbólico.
Lo que el autor refleja, en suma, es una honestidad terca: la casa del yo rota que se rehace a base de mirar, nombrar y escribir; un libro donde la poesía no promete curar, sino ofrecer una lámpara encendida en el cuarto donde a veces nadie entra —una invitación a quedarse, a sentir y, finalmente, a deshabitar con dignidad.
En Románticamente solos, de Yorjander Peña Rodríguez, se siente de inmediato una intimidad que no se exhibe sino que se habita: la soledad aquí no es grandilocuente sino doméstica, hecha de tazas frías, cepillos de dientes que duermen solos, columpios que oscilan entre el recuerdo y la ausencia; el autor transforma esos objetos cotidianos en órganos del duelo y en mapas que muestran cómo duele y cómo se aprende a vivir con la herida.
La esencia del libro es, por tanto, una ética de la fragilidad —grietas necesarias, raíces que sostienen—: un testimonio en primera persona que interpela a un tú ausente, que canta y que reclama, que alterna la ternura con la ironía tenue y que acepta que la supervivencia emocional no es cierre sino trabajo prolongado.
Estructuralmente respira en tres movimientos claros —I. «Domingo», II. «Casa vacía», III. «Para deshabitar»— flanqueados por prólogo y epílogo; ese diseño no es sólo división temática sino trayecto terapéutico: del golpe y la noche hacia el reconocimiento y finalmente la posibilidad de partir o enraizar.
Estilísticamente el poemario apuesta por la sencillez musical —versos libres, repeticiones, anáforas— que dialogan con la oralidad del bolero sugerido en el prólogo; el lenguaje es cercano, coloquial y a la vez simbólico.
Lo que el autor refleja, en suma, es una honestidad terca: la casa del yo rota que se rehace a base de mirar, nombrar y escribir; un libro donde la poesía no promete curar, sino ofrecer una lámpara encendida en el cuarto donde a veces nadie entra —una invitación a quedarse, a sentir y, finalmente, a deshabitar con dignidad.
Haz tuyo este viaje poético
Románticamente solos no es solo un libro, es un refugio. Da el paso y llévalo contigo.